
Amanecer en la fábrica. Los primeros rayos alumbran en rojo el óxido de metal como en un alba nipona. Los obreros surgen de entre las calles de cemento como si vinieran de un lugar secreto; sin expresión, sin la marca de hogar alguno en sus rostros. Tampoco en su indumentaria: ropa de trabajo resistente y monocroma.
Aunque no han entrado todos en la fábrica todavía, se empieza ya a escuchar el runrún de las grandes máquinas puestas en funcionamiento por los altos operarios. Zumbidos de baja frecuencia que hacen vibrar los cimientos y también los huesos de los obreros, proporcionándoles esa sensación de encendido a la que ya son adictos. Una sonrisa sin emoción, puramente refleja, se dibuja en ellos mientras asumen sus puestos. Un silbido industrial suena a modo de padrenuestro.
Caen los martillos como segunderos de un reloj universal. El tiempo ha transformado el esfuerzo de los obreros en sudor. El sol pierde luz en el horizonte a la misma velocidad que disminuye la energía de la fábrica. Cesan primero los sonidos entrecortados de acción; después las frecuencias agudas de las turbinas; por último las graves, apenas inaudibles, que siguen resonando durante horas en los cuerpos insensibilizados de los obreros. El silencio que se abre paso, repetitivo e histérico, es la música mental que dirige a esos cuerpos hacia las puertas y desde ahí hasta algún lugar en la noche; una noche que se cierra doblemente en sus ojos.
David Loss.
Aunque no han entrado todos en la fábrica todavía, se empieza ya a escuchar el runrún de las grandes máquinas puestas en funcionamiento por los altos operarios. Zumbidos de baja frecuencia que hacen vibrar los cimientos y también los huesos de los obreros, proporcionándoles esa sensación de encendido a la que ya son adictos. Una sonrisa sin emoción, puramente refleja, se dibuja en ellos mientras asumen sus puestos. Un silbido industrial suena a modo de padrenuestro.
Caen los martillos como segunderos de un reloj universal. El tiempo ha transformado el esfuerzo de los obreros en sudor. El sol pierde luz en el horizonte a la misma velocidad que disminuye la energía de la fábrica. Cesan primero los sonidos entrecortados de acción; después las frecuencias agudas de las turbinas; por último las graves, apenas inaudibles, que siguen resonando durante horas en los cuerpos insensibilizados de los obreros. El silencio que se abre paso, repetitivo e histérico, es la música mental que dirige a esos cuerpos hacia las puertas y desde ahí hasta algún lugar en la noche; una noche que se cierra doblemente en sus ojos.
David Loss.
pues si, la máquina de mi curro suena parecida!
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